Debo reconocer que no soy un devorador de lectura. Quizás por ello, cuando se le dió el premio nobel de literatura a Saramago, apenas conocía algo de él. Pregunté a varios de mis compañeros de IU y me recomendaron alguno de sus libros. Decidí comprar dos de ellos. Ensayo sobre la ceguera, el que se convirtió en mi libro preferido y El evangelio según Jesucristo, que no sólo me divirtió con su lectura y me hizo reflexionar, si no que además ocasionó el mayor debate religioso que he tenido cuando dos testigos de Jehova llamaron a mi puerta mientras devoraba el libro. Quise convencerlos de que Judas no traicionó a Jesús, pues no fue más que un eslabón más en la cadena de sucesos necesarios para librarnos del pecado original y en consecuencia era injusto tratarlo como un traidor, pues debería ser tratado como un héroe. Menudo peñazo que les di. No volvieron. Posteriormente no sólo he seguido leyendo libros de Saramago si no que he sido un firme defensor de su persona y un admirador más de su humildad, de su coherencia ideológica, de su manera de entender el comunismo, del orgullo con él que defendia su procedencia pobre, de su profundo humanismo y de su compromiso ciudadano contra las injusticias sociales y religiosas. Sin duda el mundo ha perdido un gran escritor, pero la izquierda anticapitalista ha perdido además un referente nítido, un oasis ideológico y de compromiso en estos tiempos en los que los hombres parecen haberse quedado ciegos por una terrible enfermedad llamada capitalismo.
Te has ido para siempre de entre nosotros, pero nos has dejado tus libros y tu ejemplo. Descansa en Paz compañero.
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